Muerte de un suicidaSANTOS MOCHA, ElisaZaragoza, 2023Encuadernado en rústica. 224 páginas, 15x23 cm. - (Sueños de tinta, 101)978-84-8465-590-9PVP 18.00 €Comprar en Librería Central
—¡Y a quién coño le importa la verdad! —vociferó—. Estamos hablando de un suicidio que (…) es propiedad indivisa del subconsciente colectivo de este país. ¿Nunca te has preguntado qué pasaría si se pudiera demostrar que Cervantes no escribió el Quijote? Pues nada, porque no saldría a la luz. La memoria de una nación es un derecho adquirido que, además de necesario, es intocable, y si algún iluso como tú pretende cambiar ese pasado lo único que hay que hacer es silenciarlo.El 13 de febrero de 1837, lunes de Carnaval, a las ocho menos cuarto de la tarde, Mariano José de Larra ponía fin a su vida, en su domicilio de la calle de Santa Clara, disparándose un tiro en la sien. También hay quien dice que fue en el corazón. Tenía tan solo 27 años. Dos días más tarde, el periódico El Eco difundía la noticia sin atreverse «por delicadeza a manifestar la causa que ha motivado esta catástrofe».
A pesar de que así nos han contado la prematura y trágica muerte del articulista más famoso del siglo XIX, la novela de Elisa Santos plantea otra hipótesis: ¿Y si Larra fue, en realidad, asesinado? ¿Y si la clave de ese crimen estuviera escondida en el Ateneo de Madrid?
Gabriel Reichenbach es un escritor arruinado que lleva un año sin salir de la calle del León, por culpa de un trauma del pasado que no consigue superar. Su precaria situación económica le obligará a aceptar un puesto como vigilante nocturno en el Ateneo, y es allí donde descubrirá que el cuadro de Larra que se expone en la Galería de los Retratos es una copia del original, el cual fue retirado veinte años atrás, exactamente el mismo día que otro vigilante, Damián González, apareció muerto.
Detrás de ese suceso se oculta un antiguo plan —que implicará a un poderoso ministro— para robar un codiciado manuscrito escrito por Carmen de Burgos llamado Fígaro, en cuyo interior se hallaba la pista que permitía localizar un expediente secreto —el informe Arriala— escondido en el Ateneo, y que es la prueba irrefutable que demostraría que Larra fue víctima de un complot para acabar con su vida, convirtiéndose injustamente en el Werther nacional o, lo que es lo mismo, en el nuevo héroe del Romanticismo, algo que él jamás hubiera deseado. Gabriel tendrá que poner en juego sus principios si pretende sacar a la luz lo que el Estado considera «una verdad protegida».
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