Nueve cuentos chinos y uno de CortázarDOMÈNECH ARMADÀS, CarlosZaragoza, 2021Encuadernado en rústica. 240 páginas, 15x23 cm. - (Sueños de tinta, 96)978-84-8465-582-4PVP 18.00 €Comprar en Librería Central
«Cuando recuperó las fuerzas, le acarició las caderas y los muslos mientras se pegaba a ella formando entre los dos un cuarenta y cuatro intensamente humano. Se amorró a la mata de pelo, por detrás de su cabeza, metió su nariz en la nuca, detrás de una oreja, aspirando su olor para poder conservar dentro de sí algo suyo.El título no engaña. Nueve cuentos hay. Aunque no transcurran en China sí tienen casi todos alguna relación con el legendario Barrio Chino barcelonés. Y qué decir del inspirado en Aladino y de otros tan increíbles que podrían optar a la peyorativa consideración de chinos precisamente por su inverosimilitud. Y el cuento de Cortázar también está, con homenaje, plagio y secuela, todo en uno. Eso no se puede negar.
Entonces, al adquirir sus caricias la demora del que no espera ya llegar a ningún sitio, las yemas de sus dedos detectaron la rasposidad en algunos puntos de su vientre […]. Las pequeñas manchas, dos en el vientre, otra en un pecho y la que ya había visto antes en la cara interna del brazo, eran bastante elocuentes. No podían deberse a alergias o enfermedades infecciosas, tenían la forma y el tamaño exactos, así como el aspecto, de quemaduras provocadas por la punta de un cigarrillo.
¿Qué podía decir? ¿Cómo atreverse a preguntar? ¿Con qué derecho podía remover? Le vinieron a la memoria los insultos del vigilante y creyó comprender que aquella chica pertenecía a un mundo que se le escapaba totalmente. No porque fuera puta, eso hubiera sido lo de menos y seguramente no lo era, al menos en el sentido profesional de la palabra. Tampoco porque se metiera ve a saber qué clase de mierda en las venas. Sino porque pertenecía a un mundo que le dibujaba indeleble- mente en el rostro una sonrisa triste con una mirada perdida, vacía. Un mundo que la despreciaba y la usaba como un cenicero».
A los amantes de la unidad temática y del hilo conductor no les defraudará. Se distinguen dos constantes en, prácticamente, todos los cuentos: Barcelona y la marginación. La Barcelona que aparece casi siempre es la del Raval cuando aún se conocía como Barrio Chino, la de las últimas décadas del siglo XX. Una Barcelona que no había aprendido a maquillarse. Aunque ya era vieja no pretendía ser joven. Una Barcelona que no enamoraba a primera vista como ahora, pero que se te quedaba dentro como un antiguo amor o un resfriado mal curado. El otro eje vertebrador también tiene muchas caras, aunque el tema sea siempre el mismo. La marginación vestida de prostitución, de homosexualidad reprimida, de vejez relegada, de piel oscura, de pobreza, de adicciones, de ignorancia, de machismo... y otra vez vestida de mujer. La marginación, por desgracia, no pasa nunca de moda. No aparece aquí como lección del día ni caballo de batalla en la tertulia. Aparece como lo que es: una realidad insoslayable, que el autor no puede cambiar. Pero cuando escribe puede hacer que sus putas sean razonablemente felices, que los palanganeros sean buenas personas, que los viejos puedan tener una segunda oportunidad, que un maricón enseñe a la gente de orden en qué consiste de verdad la ética, que se pueda preferir el incesto a las honorables tradiciones, que los proxenetas pierdan la mano con que pegan y que la mujer maltratada pueda escapar de su asesino. De todo esto y de algunas cosas más tratan estos cuentos de Carlos Domènech, un escritor que sabe nadar sin guardar la ropa, apostando por una «literatura de frontera» que, en definitiva, no busca sino salvar aquello que vive amenazado por la desaparición. El autor toma partido y elige el sentido crítico, la reflexión, la lucidez, el riesgo... frente a la literatura kleenex para «devolver al texto literario el protagonismo que nunca debió perder» (A. S.).
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